Mirar y sentir

Esta semana hemos podido ver el principio de lo que puede ser el desenlace de la crisis política que está viviendo España. Puede ser eso o el principio de una crisis mayor. No pienso entrar a hablar de política sino que voy a centrarme en lo que me ha hecho sentir. Me puedo preguntar qué he sentido durante todo el proceso que ha vivido el pueblo catalán y, por ende, el español y no tengo problema en contestar: tristeza. Me puedo preguntar qué he sentido cuando he visto que eran llamados a declarar los responsables y puedo decir que algo de tranquilidad. Me puedo preguntar, incluso, qué he sentido cuando he visto que algunos de ellos entraban en prisión y tampoco tengo problema en decir que he sentido pena por ellos y por sus familias. Ahora me pregunto qué sentí cuando vi a la gente que se acercó a la estación de tren en Madrid y a la cárcel para increpar a los imputados a gritos y con insultos. No voy a decirlo.

No es la primera vez y no será la última en la que vemos cómo la calle se llena de jueces con sentencias a las puertas de los juzgados antes de que se celebre el juicio.
No es la primera vez y no será la última que vemos a personas que se creen más libres y justas por ir a insultar a acusados.
No es la primera vez y no será la última que se confunde la terapia colectiva con el compromiso social.

Seguimos como siempre. Nos falta alguien que nos recuerde que para tirar la primera piedra, para gritar el primer insulto hay que tener la autoridad que sólo da la coherencia de una vida basada en el respeto y en el valor de las personas. No hablo de perfección sino de sinceridad con una misma para saber que no soy mejor que nadie y nadie se merece mi desprecio.

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