Zaqueo, baja.

Zaqueo no era malo por ser recaudador de impuestos. Era mal visto porque se enriquecía a costa de su oficio. Acumulaba beneficios y perdía afectos. Por eso se subió al sicomoro para ver a Jesús desde arriba sin esperar que Jesús le viera a él desde abajo. Se subió porque andaba buscando lo que su oficio y su ambición no le daban. Se subió porque era bajo de estatura, no sabemos si también porque se sentía bajo como persona. Fuera como fuera, con sus beneficios, sus pocos afectos, desde arriba o desde abajo, vacío o con los bolsillos llenos, siendo bajo o cayendo tan bajo... Ahí estaba Zaqueo como nosotros cuando acumulamos más de lo que es nuestro, incluso responsabilidades y ansiedades; Cuando robamos, sí, robamos paz a los que menos paz tienen porque escuchan siempre y a todos; Cuando pretendemos y exigimos (aunque no lo digamos pero lo esperamos) tiempo a los que menos tiempo tienen porque suelen darlo todo; Cuando ante la falta de comunicación llenamos nuestros bolsillos de miedos y desconfianza; Cuando pensamos tanto en lo que necesitamos que nos desgasta la vida, la vida que no damos porque ya no la tenemos. Nos subimos a las ramas y enredamos buscando respuestas, esperando llamadas y generando preguntas porque no sabemos esperar en silencio y acoger el silencio. Y callar. Y confiar. Y ya.

Y Zaqueo bajó, ¡vaya que si bajó! porque Jesús le llamó por su nombre y le dijo que le necesitaba. Le necesitaba, ni más ni menos. Aterrizado, pisando suelo, en su mejor versión. Saltó y abrió su casa, sus bolsillos, su mente, encajó otras realidades (las de sus vecinos, las de su pueblo, las de otros pueblos que le necesitaban), se resituó con sus ausencias y sus recuerdos, se dejó mirar a los ojos a su altura (la suya y no la que no tenía), y experimentó (no sabemos si ese día, ese mes o cuándo)... que la "salvación había llegado a su casa".

Lucas 19,1-10.

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