Lo que se espera y, a veces, desespera.

Hay esperas y esperas. Hay esperas que nos mueven a salir al encuentro de lo que esperamos y otras que nos paralizan mientras se producen porque tienen un tinte de miedo y de duda. Hay esperas absurdas como la llamada que no va a producirse, la que va a producirse y no queremos que llegue, la respuesta o el mensaje de whatssap que siempre queda sin contestar, el cambio personal que nunca conseguimos por más que lo intentemos... Estas esperas nos quitan energía y si lo pensamos bien les damos una prioridad que no tienen porque en el fondo no nos jugamos nada ya que forman parte de una realidad mucho más grande, más rica, más bella, más buena como puede ser la amistad y la propia realidad personal con sus luces y sus sombras. El problema es que cuando le dedicamos tanto tiempo a esas esperas nos desesperamos y dejamos de esperar, vemos fantasmas donde no los hay y se nos pasan por alto otras realidades que la vida nos pone delante para disfrutarlas.

Hoy he lanzado una piedra de la playa al mar y con ella quieren ir todas mis esperas desesperantes, no porque renuncie o me rinda sino para que esas esperas vuelvan a su lugar y dejen que la vida fluya de manera normal y confiada.

Empieza el tiempo de Adviento y este año cambio la pregunta. Sabiendo que sigues viniendo cada día en cada instante y en cada persona, me pregunto cuánto tiempo llevas esperándome sin que yo me de cuenta.


"Comportaos reconociendo el momento en que vivís, pues ya es hora de despertaros del sueño" Rom. 13, 11.

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