¿Seremos mejores?

Me lleva a escribir esta entrada mi desesperanza al leer y escuchar tanto odio e insulto por las redes y en nuestros mismos entornos locales. Escribo porque todavía está muriendo gente y ya se ha abierto la veda a volver a lo que éramos antes, a destruir en vez de construir. Y eso me hiere. Yo también soy víctima de esta situación y, como todos, reconozco errores en la gestión, critico actitudes o medidas... No me voy a referir aquí a esa crítica sana y necesaria para la mejora ni a quien expresa su cansancio y su enfado de una manera clara (incluso con el tan necesario humor) pero sin entrar en el insulto ni la descalificación. También quiero decir que no escribo desde mi defensa a ningún partido ni ideología sino desde la fe que quiero mantener en el ser humano. Quien quiera entender lo que voy a escribir tiene que hacer el esfuerzo de ir más allá de su ideología, su parecer, sus intereses... Y pensar en global, pensar en "social". Hablo de esfuerzo porque entiendo que no es fácil en esta dinámica de encierro que nos lleva a dar vueltas a lo mismo.

Ayer me contaba una amiga que durante la cacerolada niños de no más de ocho años gritaban al presidente su deseo de que se muriera. Fijaos, un niño gritando a una persona "muérete". Eso no se lo inventa él. Estamos equivocados si creemos que ese niño sólo lo va a aprender en relación al presidente del gobierno o a las personas de una ideología (que no es poco). Y luego nos preocupa lo que van a dejar de aprender en la escuela... ¡Cuánto nos aprovecharía entender que la familia es la primera escuela!.

Vivimos en una democracia con libertad de expresión (sin entrar ahora en la polémica de lo ocurrido en torno a las declaraciones sobre perseguir críticas al gobierno). Es un regalo que valoramos poco porque lo hemos recibido hecho. No nos damos cuenta de que la democracia la construimos entre todos con nuestras actitudes. Si generamos odio acabaremos con ella más tarde o más temprano. Si nos dejamos contagiar por determinadas actitudes no seremos mejores que los que tiranizan a pueblos enteros. Vivir en democracia supone el compromiso personal de tener una cierta madurez para, como ya he dicho, construir en vez de destruir. La democracia tiene sus propios medios para juzgar y, si fuera el caso, condenar. Pero aquí todos somos expertos y jueces. Eso nos pierde. En nuestra desazón por lo que estamos viviendo somos capaces de descalificar a una persona que está todos los días dando la cara y luchando contra sus propios errores (que levante la mano quien no los cometa) porque en su momento dijo algo que luego no se ha cumplido. Anulamos a toda la persona por una parte de lo que ha hecho. Nos enfadan los bulos pero nosotros compartimos opiniones y noticias sin comprobar su veracidad (ahí entono el mea culpa también). Nos han educado en valores que creemos importantes (en la escuela pública, privada y concertada), pero somos los primeros en compartir memes con ataques personales que dejan a las personas a ras de tierra. Hemos creado la conciencia de que insultar a la clase política o a personas públicas (del gobierno y de la oposición) es lícito, incluso los que tenemos fe y formamos parte de una religión, los que tendríamos que dar testimonio porque somos testigos de otra manera de luchar por la justicia y de relacionarnos en el conflicto.

¿Qué sociedad queremos tener? ¿Qué queremos arriesgar de lo mío, de lo de dentro de mí, para conseguirla? ¿Somos capaces de mirarnos a nosotros y nuestra limitación antes de atacar al otro? ¿Puedo preguntarme qué hago yo por los demás, aquellos que no conozco y están necesitados, antes de criticar a quien creo que no lo está haciendo y debería?

Desde hace días me estoy acordando de la fábula de los tres filtros de Sócrates. Cuando un discípulo quiso contarle "algo" que le había dicho "alguien" sobre él, Sócrates le pide que lo pase por tres filtros: si ha comprobado que es verdad, si cree que es bueno decirlo y si es necesario contarlo. Para actuar con estos tres filtros tenemos que salir de nosotros y pensar en lo que va a generar socialmente nuestra aportación. Tenemos que creernos que como ciudadanos nuestra opinión cuenta, quizá no para los políticos, pero sí para crear el país que queremos para nuestros pequeños y adolescentes. Seamos mejores.

Imagen de Breeze_Ng en Pixabay



Comentarios

Unknown ha dicho que…
Una reflexión muy acertada.

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